La familia aumentaba y el padre de Maín decidió ir a vivir a La Valponasca.
Andando desde Mornese se puede tardar unos 45 minutos. Allí Maín vive los años de la adolescencia y juventud, era una chica llena de vida, alegre e inteligente. En la Valponasca el ritmo de vida le cambia. Además de ayudar a su madre con sus hermanos también se convierte en gran ayuda para su padre. De buena mañana bajaba al pozo a por agua y adelantaba todo el trabajo que podía. En el campo, con las viñas, era incansable, ni si quiera los hombres le podían seguir.
En la Valponasca, Maín encuentra un sitio especial. Era una ventana pequeña que estaba en el piso de arriba. Desde allí contemplaba la Iglesia y se sentía unida a Jesús. Rezaba ella y también se convirtió en un punto de encuentro, cada tarde, donde toda la familia se juntaba para rezar.
Maín aprendió en la Valponasca a vivir en el cotidiano una intensa vida espiritual. Aquí, donde solo el viento que sopla en todas las direcciones rompe el silencio, Maín aprendió a vivir la contemplación, aquella que según el evangelio, se hace cargo de los demás. Trabajo y oración sostenían su juventud.
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